martes, 18 de marzo de 2008

Caracas, entre los contrastes y la incertidumbre

Venezuela ha resultado una revelación inesperada. Algo flota en el ambiente venezolano que asombra al viajero desvelado y recién desempacado en el aeropuerto de La Guaira, a escasos veinticinco kilómetros de Caracas. Ya desde el aeropuerto el “socialismo bolivariano” (o como Hugo Chávez ha dado en llamar a su ideario político) asoma la cabeza y comparte espacio publicitario con comerciales de celulares en senda pantalla LG. Rápidas autopistas y el bajo precio de la gasolina (inferior incluso al del agua embotellada) resultan en desenfrenados bólidos que corren a grandes velocidades; sin embargo, todo acaba (e inicia) en Caracas.

La polarización política, económica y cultural de Venezuela se expresa inequívocamente en su capital. Urbe que ha crecido a lo alto, Caracas reposa apaciblemente en un valle más bien pequeño. Cuatro millones de personas hacen su vida en la capital venezolana. Caracas es paradigma de la ausencia de planeación urbana en América Latina. La historia económica reciente de Latinoamérica puede leerse en los edificios caraqueños: el aumento en las divisas provenientes de la exportación del petróleo coincidió con el boom inmobiliario durante los años setenta. Pero muchos de los edificios construidos en ese entonces nunca fueron completados: su término lo impidieron la crisis de la deuda y la recesión de los años ochenta. Sorprende la cantidad de torres elevadas de departamentos y oficinas lo mismo que pregoneros que repiten “Buenos días, Venezuela” mientras intentan vender café de termos que cargan obstinadamente a pesar de que los comerciantes ambulantes fueron desalojados del Centro Histórico hace apenas algunos meses.

Los edificios grises contrastan con el alegre colorido de los edificios céntricos de época y con la multivariada composición étnica de los venezolanos.
La Plaza Bolívar es colorida en su gente y en sus jardines: el negro bromea con el mulato y la chica de facciones europeas camina de la mano con un joven que producto de tantos mestizajes merece llamarse simplemente americano. El sabor de las arepas, la parrilla de solomo de res, el sandwich de pernil de puerco, la chicha de arroz y la cerveza Polar apenas distraen la atención de lo enrarecido del ambiente. En Venezuela ocurre algo tan complejo que abruma: la administración Chávez.
La opinión pública ya no deja lugar a dudas: o se ama o se odia a Chávez. No hay lugar para posiciones intermedias. La gente discute en las calles lo que hace o deja de hacer su presidente. Abundan en las calles caraqueños vestidos de rojo, con el emblema de la República Bolivariana de Venezuela, esa que de nombre apenas comenzó a existir con Chávez y con el lema “¡Patria, socialismo o muerte!”. Que si Chávez esto, que si Chávez lo otro, nos disparan a cada rato el taxista, el chofer de la camioneta que nos transporta a las locaciones, la mucama, los chicos de Ávila TV (la televisora para jóvenes socialistas) que conocimos insospechadamente en un restaurante en la noche, las personas que hacen cola para subir al único elevador funcional de tres disponibles en su edificio habitacional en Parque Central, el soldado que vigila las inmediaciones del Ayuntamiento de Caracas. Y el rostro de Bolívar es ya omnipresente, lo mismo en las monedas que en rojos afiches revolucionarios y en pintas en las paredes.

Sea cual sea la preferencia política de los ciudadanos, todos coinciden en algo: la economía no marcha ni es tan fuerte como anuncia el gobierno. Los controles de precios y la reforma monetaria delatan la existencia de un problema de inflación creciente. Cuando por política se fija un precio menor al costo de producción de un bien, sea éste el azúcar, los huevos, la leche, la carne de cerdo, etcétera, provoca un problema de escasez: no resulta rentable para un productor producir y vender a un precio que le provoca pérdidas. La reforma monetaria ha quitado tres ceros al bolívar y ahora los precios se expresan en un bolívar fuerte, de manera similar a lo que ocurrió en 1993 con el peso y el nuevo peso mexicanos. Ambas medidas no logran calmar el coraje y la desesperanza del pueblo venezolano: es difícil ahorrar cuando el costo de la vida sube todos los meses y en proporciones cada vez más grandes. Hasta cierto punto se atribuye la caída en la popularidad del presidente Chávez a la elevación en el costo de la vida y a la escasez recurrente de productos básicos.

Los chavistas adjudican a los grandes monopolios (en su retórica, la élite antirrevolucionaria) la responsabilidad del problema inflacionario. Lo que ignoran es que la inflación venezolana es todo menos una decisión empresarial: la escasez es producto de los controles de precios y de la inercia que resulta de las expectativas de la sociedad sobre la inflación. Los ciudadanos no son tontos: hasta cierto punto adivinan que la eliminación de los tres ceros en los nuevos bolívares fuertes intentan ocultar el aumento que ha experimentado el nivel de precios en la economía venezolana.

En Venezuela visité una fábrica de azúcar. El azúcar era el producto de exportación más importante en Venezuela en la época de las guerras de independencia. Esclavos negros trabajaban en las haciendas de azúcar (conocidas como trapiches). Como una de muchas familias criollas, los Bolívar tuvieron una hacienda en San Mateo, a cien kilómetros de Caracas. Ahí pude recorrer las distintos partes del procesamiento del azúcar, desde la molienda de la caña, la purificación del jugo de caña hasta la refinación final del azúcar.

El problema del crecimiento a largo plazo resulta del desarrollo hasta cierto punto conjunto de varios sectores económicos y de sus interrelaciones o encadenamientos, como postuló Albert Hirschman, gran conocedor de la realidad latinoamericana en el siglo XX. En cierto modo, el desarrollo económico venezolano sigue dependiendo de los recursos naturales: el azúcar entonces, el petróleo ahora. Cabe plantear la pregunta: ¿hasta qué punto es bueno que un país se desarrolle con base en la producción o explotación de un recurso natural descuidando otros sectores y volviéndose vulnerable ante factores externos como la demanda o el precio del bien que vende al resto del mundo? Es imposible resolver esta pregunta con lo poco que he podido estudiar el caso venezolano: con todo, dejo planteado el debate para retomarlo en ocasiones posteriores, porque es mi hipótesis que la senda subótpima del desarrollo latinoamericano debe a la explotación de recursos naturales una de sus grandes trabas.

En la fábrica pude platicar con Alexis Cortez, el coordinador de procesos de la fábrica. Setenta por ciento de la caña que ingresa al proceso es cortada automáticamente, el resto es caña cortada a mano. La oferta venezolana de azúcar no alcanza a cubrir su demanda nacional: los principales competidores son Colombia y Brasil. Las dos oportunidades del sector están en el crecimiento de la producción de refrescos a nivel internacional y el desarrollo chino, factores ambos que podrían incentivar el aumento de la producción azucarera del país. Con todo, la empresa tiene problemas fuertes debido al control de precios y a la consiguiente reducción en su margen de rentabilidad, lo cual limita aún más su capacidad para invertir y renovar su tecnología.

Tal vez el principal problema que resulta de la errática gestión económica del gobierno de Chávez sea la incertidumbre que ha generado entre las familias y las empresas. Nadie toma decisiones de consumo e inversión sin calcular los costos y las alternativas. Para decidir si invierte, toda empresa tiene que considerar el costo resultante de las decisiones arbitrarias de política económica. Ante repetidas violaciones a los derechos de propiedad, la volatilidad cambiaria y los controles financieros, las empresas en Venezuela no son capaces de aprovechar sus oportunidades. Venezuela está minando su crecimiento a largo plazo, y aunque por el momento está creciendo rápidamente, enfrentará tarde que temprano un serio ajuste macroeconómico que bien podría causar la caída definitiva del régimen de Chávez.

lunes, 3 de marzo de 2008

Economista: Manuel Bautista


Soy Manuel A. Bautista González, tengo 23 años y estudio el décimo semestre de la Licenciatura en Economía en la UNAM. Soy un virgo workahólico; fan de las noches de cervezas, cafés, vodkas y martinis; proustiano, eriboniano y neoinstitucionalista; chilango psicoanalizado y aceptado; de verbo momentáneo y atractivo físico incierto; liberal urbano y moderado; decimonónico y posmoderno; pequeñoburgués contrarrevolucionario y socialdemócrata; electrónico, jazzista y barroco; cultisureño, zonarrosero y Condechi a discreción. Hablo inglés, alemán y francés. He sido asistente de investigación con el Dr. Enrique Dussel Peters (UNAM), la Dra. Graciela Márquez (COLMEX) y con el Dr. Antonio Ibarra (UNAM). Trabajé como coordinador de inscripciones en el Tercer Congreso de la AMHE (Cuernavaca, 29 a 31 de octubre de 2007), evento que contó con más de 300 participantes.

Mis áreas de especialización son la economía matemática, la teoría macroeconómica moderna, el neoinstitucionalismo y la historia económica de México y América Latina. En mi tesis, “Control de la oferta monetaria metálica, redes mercantiles y escasez de dinero de baja denominación en San Luis Potosí, 1827-1872″, estudio las consecuencias macroeconómicas derivadas de la fragmentación monetaria que vivió el país buena parte del siglo XIX, el control de las redes mercantiles sobre la oferta monetaria metálica, la escasez de circulante de baja denominación y el desarrollo de la teoría, las instituciones y las prácticas monetarias del periodo. Entre mis pasatiempos, me gusta viajar, leer biografías, ensayos y novelas históricas y de ciencia ficción, escribir crónicas y blogs, escuchar música, pasear por la Ciudad, ir al cine, a museos y exposiciones de arte y departir con los amigos. Pretendo trabajar como académico e investigador en temas de historia económica y desarrollo económico.