miércoles, 7 de mayo de 2008

En la Mitad del Mundo: Quito

Quito, Ecuador

El último día que estuvimos en Bogotá visité la librería del Fondo de Cultura Económica. Este lugar forma parte del Centro Cultural ”Gabriel García Márquez”, recientemente inaugurado, y se ubica a escasos pasos de la Plaza Bolívar, en el céntrico barrio de La Candelaria. Me sorprende lo mucho que México exporta en términos culturales a los países iberoamericanos: los libros mexicanos resuenan tanto como las telenovelas, el fútbol o la música ranchera.

Bogotá nos despidió lluviosa y sorprendente, como siempre. Tengo pensado regresar a la ciudad a vivir un tiempo. La antigua y nueva Santa Fe de Bogotá resultó un regalo para todos. Aún así, llegó el tiempo de partir a Quito, la capital de Ecuador, uno de los tres estados que conformaron alguna vez la Gran (y bolivariana) Colombia.

En el aeropuerto de Quito la eficiente producción local nos sorprendió con la noticia de que un cortometraje de Alonso Ruizpalacios, el realizador de la serie, había ganado el primer premio en el Festival de Cine de Guadalajara. Para celebrar fuimos a cenar al Azúcar, un animado restaurante en la plaza Foch. La vida nocturna de Quito no puede ser más animada: los jóvenes inundan las calles del barrio de La Mariscala para ganarle alegremente tiempo a la noche. Y a la vida.

El segundo día visité el centro histórico de la ciudad, el primer sitio declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Quito es con justicia el ”Relicario de América”. Sus iglesias coloniales recortan un cielo que cambia de lluvioso a despejado n número de veces al día. Y siempre.

La Plaza Grande concentra varios poderes fácticos: el Ejecutivo nacional, el municipal, el religioso y el comercial; tienen todos presencia en ella. Se encontraba abarrotada en su totalidad de gente sentada, leyendo el periódico, lustrando sus zapatos, perdiendo (o ganando) el tiempo. Y cuando la lluvia no ganabala partida, los edificios brillan todos con un halo especial. En Quito como en todo Ecuador, los rayos del sol caen perpendicularmente sobre la tierra.

Al centro de la Plaza Grande se encuentra un afrancesado monumento que muestra un ave exótica hiriendo de gravedad a un león y rompiendo las cadenas que la ataban a él. Omnipresente símbolo de España en el Nuevo Mundo.

A la Catedral de Quito se accede desde una entrada lateral de factura inusual para los edificios de culto en Iberoamérica. En el sótano del Palacio Presidencial, en donde despacha y habita Rafael Correa, encontré algo insospechado: negocios. Una barbería y tiendas de ropa y recuerdos compartían cimientos con la solemne fachada del Palacio Presidencial. El antiguo Palacio Arzobispal es, restauración mediante, una concurrida plaza comercial. Y el moderno ayuntamiento de Quito reúne las más de las veces a grupos de ciudadanos que, movilizados, protestan y exigen solución a sus demandas.

Me atrevo a decir que la iglesia de San Francisco sorprende más que la misma Catedral de Quito. De construcción anterior, la iglesia está construida en un terreno que por su elevación permite ver la traza colonial de toda la ciudad. La factura de los retablos barrocos en ésta y en otras iglesias quiteñas es estupenda.

En los rostros de la gente puede leerse que la población indígena fue y sigue siendo más numerosa, comparada con la composición étnica de Colombia o Venezuela.

La calle de La Ronda es con mucho el pasaje que más conserva la atmósfera colonial de Quito. Con gusto comprobé que no era una calle meramente turística: varios estudiantes voluntarios se encargaban de divertir a niños y niñas con juegos de todo tipo.

Un día fui al teleférico. Aunque Quito ya es una ciudad alta, el teleférico deja a los pasajeros a 4,100 metros de altura. A modo de comparación, el Monte Fuji en Japón tiene una altura 3,776 m. La orografía ecuatoriana podrá significar costos de transporte elevados y dificultades para la integración de mercados, pero el paisaje es francamente insuperable. Nada pudo sorprender más a los ojos de un chico citadino que el relieve ecuatoriano. Humboldt llamó con justicia alguna vez a las montañas de Ecuador ”la avenida de los Volcanes”: lo escarpado de las cumbres y la blancura de sus nieves perpetuas fascinan a todos los viajeros. Poco faltó para que me granizara encima, y desde la seguridad de la estación Cruz Loma Alta para visitantes degustando una taza de café contemplé como el cielo se cerró y, tras la lluvia, se despejó lo suficiente para iluminar la ciudad a mis pies. La noche de ese mismo día salí con Alfredo, Lorena y Alejandra a tomar unas copas a Plaza Foch. Nos divertimos bastante.

El primer día de grabación, en la Plaza Grande, Alejandra y Alfredo tuvieron la idea de hacer ejercicios de estiramiento. Muchas personas, entre curiosas y decididas, se nos unieron. Fue un momento bastante divertido. El mismo día tuvo lugar la ceremonia del cambio de guardia presidencial. Me sorprendió lo solemne del evento y la cantidad de gente que se congregó para verlo.

La cocina quiteña es muy condimentada. Coincidió que era semana santa, y que probamos la fanesca, una sopa tradicional preparada con doce cereales y bacalao. La tarde refrescó y nos dispusimos a grabar mi segmento.

Como economista me resultó en extremo interesante ver cómo funcionaba una economía dolarizada. Tras una década turbulenta en lo político y en lo económico, en 1999 Ecuador sufrió una severa crisis financiera y productiva. A lo largo de los años noventa, el público en Ecuador vio como el poder adquisitivo del sucre se desvanecía, y comenzó a aumentar sus tenencias de saldos monetarios en divisas. Este proceso alimentaba las expectativas cambiarias que jugaron siempre en contra del sucre. La variación anual del tipo de cambio nominal sucre/dólar alcanzó 195% en 1999; la tasa de interés interbancaria (el instrumento hasta entonces elegido por el Banco Central del Ecuador para luchar contra la inflación) fue de 152% a finales del mismo año.

La magnitud de los desequilibrios económicos, la desconfianza de los agentes económicos en las autoridades económicas yla posibilidad de serios disturbios sociales, motivó que el 9 de enero de 2000 el gobierno ecuatoriano, en la persona del excéntrico Dr. Jamil Mahuad, decidiera adoptar al dólar como moneda de curso legal. Así, Ecuador se unió a El Salvador y Panamá como países latinoamericanos con economías dolarizadas. Al día siguiente, las autoridades monetarias anunciaron que el tipo de cambio sucre/dólar al que se ajustarían las tenencias de dinero sería de 25 mil a uno. Posteriormente, el Congreso Nacional le prohibió al Banco realizar nuevas emisiones de moneda nacional no fraccionaria y le exigió serios reacomodos en sus instrumentos de política monetaria (tasas de interés, operaciones de liquidez y encaje).

Los sucres fueron retirados de la circulación y desde el segundo trimestre de 2001 solamente los dólares tienen poder liberatorio en el territorio ecuatoriano. La solución a la crisis económica resultó muy cara en términos económicos, institucionales y culturales. Económicamente, el banco central renunció a la soberanía de su política monetaria y a su función como prestamista de última instancia, en la medida en que no determina el número de dólares en circulación en Ecuador y en que no puede inyectar ”liquidez” en el caso de una corrida bancaria de grandes proporciones. Institucionalmente, y a pesar de contar con grandes poderes discrecionales, tanto el Ejecutivo como el banco central fueron totalmente incapaces de resolver, o cuando menos, paliar la crisis financiera, mermando así los niveles de credibilidad y reputación que resultan tan necesarios para la eficacia de la política económica. Culturalmente, un gran sector de la población se mostró renuente a aceptar al dólar como reemplazo del sucre, la moneda que llevaba el apellido y el rostro del gran mariscal y libertador ecuatoriano, Antonio José de Sucre. Para que las autoridades que hayan decidido renunciar al sucre, los costos de no adoptar la dolarización (o en otras palabras, de seguir defendiendo al sucre de ataques especulativos y corridas cambiarias en su contra), debieron haber sido mucho más elevados que los costos asociados a dolarizar. Eso da una idea de cuán grave llegó a ser la situación en aquél convulsionado 1999.

Tras la tormenta llegó (muy lenta) la calma. Ya lo afirmaban Cabezas et al. (2001, numeral IV): ”Ha sido difícil convencer que se descarte la no utilización del sucre. Esta idea se encuentra no solamente en la población rural, sino en la de algunos sectores urbanos. Cuesta desarraigar de la población a una moneda que significa, sobre todo, sentimiento y actualiza una parte importante de la historia del país. Este es un asunto que necesita, más que razones de índole económica, despertar el fervor cívico en otras acciones y hechos de tradición nacional, a fin de tratar en lo posible de reemplazar al histórico nombre del máximo héroe que diariamente se mencionaba y se encontraba en las manos de los ecuatorianos”.

Así pues, me pregunté como economista, si para los ecuatorianos valdría la pena recuperar al sucre como moneda nacional. Si bien tal posición podría resultar insostenible para mis colegas, les pediría un poco de calma antes de vociferar en mi contra. Si el mundo tuviera una sola moneda (por ejemplo, el dólar), evidentemente no habría tipos de cambio ni posibilidades de derivar rentas por mantener una política monetaria autónoma. Sin embargo, y como existen varias monedas nacionales, hay tipos de cambio y ganancias potenciales resultantes de decisiones en materia de política monetaria (piénsese cuando menos en la deseable facultad del banco central como prestamista de última instancia, esgrimida recientemente por Minsky y la escuela poskeynesiana). Es aquí donde mi argumento encuentra su sustento económico.
En términos culturales, la moneda funciona como un elemento común para dar identidad a los habitantes de una nación. La moneda sólo puede entenderse histórica y geográficamente: es un producto cultural, y cuanto más el sucre, que existía en Ecuador como moneda nacional desde 1884. En ese sentido, ¿qué identidad ecuatoriana puede reflejar el dólar americano?

Pero primero tenía que rasurarme la barba de unos cuantos días. Antes de la Independencia, en una época anterior a las libertades y derechos políticos, los aún súbditos de la Corona española tenían que conspirar en contra del régimen establecido en espacios relativamente públicos. ¿La razón? Cuanto más abierto fuera el espacio en el que se reunieran los elementos subversivos menos sospechas acarrearían en su contra. Recuérdese que entonces la sociedad estaba regida por las omnipresentes autoridades virreinales y religiosas: la posibilidad de ser denunciado equivalía a penas corporales, el exilio o la muerte. En los cafés y barberías del mismo edificio de la entonces Audiencia General, hoy el Palacio Presidencial, se trazaban con sumo cuidado los planes de los conspiradores que terminarían construyendo la actual República de Ecuador.

Acudí pues a la barbería ”Amazonas”, abajo del mismo Palacio Presidencial. Ahí conocí a su dueño, don Alfredo Salazar: un simpático barbero con años de experiencia cortando el cabello y la barba de sus parroquianos y de los presidentes de Ecuador, sus arrendadores. Me enseñó incluso algunos impactos de balas ocultos tras imágenes varias en su colorida barbería: un espacio de socialización y discusión como pocos. Ahí puse a prueba una idea: ¿estarían los ecuatorianos dispuestos a pedir la restitución del sucre como moneda nacional? El barbero me dijo que no, puesto que no le convenía tomar partido político (la Presidencia de la República le arrienda el local en el que despacha buenamente a sus clientes). Un maestro ahí presente me dijo que sí, porque le parecía que era necesario rescatar la importancia del sucre como moneda verdaderamente ecuatoriana.

Satisfecho, salí a la calle. Lo que encontré, lo verán en el programa de televisión. Sólo puedo adelantar que el espíritu de la rebelión no ha abandonado la Plaza Grande.

Me quedo con algunos instantes más. El primero, acompañé a Lorena y Alfredo a grabar su segmento en el cerro del Panecillo.

Ahí visité el monumento a la virgen María a la que está consagrada Quito, el más grande del mundo hecho en aluminio: la representación es inusual en tanto es la virgen del Apocalipsis. Más tarde, el mismo día, fuimos a grabar a la Mitad del Mundo, un complejo turístico con un monolito que conmemora la existencia de la línea del Ecuador. En el sitio me embargó una sensación rara: si tuviera que elegir un solo hemisferio, ¿cuál sería? México está en el hemisferio norte; muchos de mis referentes culturales favoritos también. Sin embargo, la Expedición 1808 ha cambiado muchas de mis ideas preconcebidas: la respuesta ya no resulta tan obvia. Di gracias a la vida por no tener que enfrentar la elección de qué mitad mocharle al mundo.

El último gran recuerdo de Quito fue la visita a la Basílica del Voto Nacional con Alejandra, Alberto y Alfredo. Tras un penoso incidente en el sistema de transporte público una señora mayor se había desmayado y los empleados poco o nada hicieron por ayudarla- caminamos un rato por el centro hacia la Basílica. Subimos a sus torres. Hacía mucho viento. El templo, de estilo neogótico, no está plenamente terminado, pero las gárgolas en forma de animales propios de las islas Galápagos son inolvidables. Eso, y la vista del Quito colonial. Podría haber prescindido del aire frío y del vértigo que me invadió al subir unas endebles escaleras. O tal vez no. Ese es el tipo de cosas por las cuales uno recuerda los viajes.
Quito no pudo sorprenderme más. Y así, sorprendido, dejé Ecuador en sendo vuelo de Avianca, con destino a Lima. Nos esperaba Bolivia. Haríamos escala en Santa Cruz por algunas horas, antes de abordar al día siguiente el avión que nos llevaría a Sucre, la ciudad blanca.

Bibliografía
Cabezas, Maritza, Marcelo Egüez, Francisco Hidalgo y Sandra Pazmiño (2001) La dolarización en el Ecuador, Un año después. Marzo 2001. Quito: Banco Central del Ecuador.

jueves, 1 de mayo de 2008

De la Humillación, la Moda y el Vestido en la Ciudad de México.

Ciudad de México

Después de casi mes y medio viajando sin parar por las capitales de Sudamérica y España, volver a la Ciudad de México ha sido reconfortante. El retorno a los seres queridos no pudo ser mejor. Y definitivamente las cosas se ven distintas después de tomarle el pulso a las ciudades que hemos visitado y de aprehender las historias que hemos conocido.

En México fui al edificio de la SEP en Santo Domingo, la antigua Aduana de la Ciudad de México. En ese edificio interactuaban los comerciantes del a Ciudad de México y las autoridades fiscales del virreinato. La arquitectura del edificio es sobria pero imponente: la imponente escalera da una idea de la importancia del comercio y de los impuestos a la circulación de los bienes en esa sociedad. Los comerciantes eran un gremio muy poderoso: un grupo de interés dispuesto a jugar estratégicamente en defensa de sus privilegios.

En 1808, y ante la invasión napoleónica a España y la captura de Carlos IV y Fernando VII, el virrey Iturrigaray se mostró dispuesto a escuchar las diversas posturas de distintos actores políticos, entre los que se encontraban los miembros del Ayuntamiento favorables a la autonomía de gobierno, como Primo de Verdad. Ante la amenaza que representaba la posible separación de España, Gabriel de Yermo, el comerciante más acaudalado de la época, orquestó un motín en contra del virreinato. El golpe fue tramado con la anuencia de la Iglesia y los peninsulares avecindados en México. El virrey fue apresado a altas horas de la noche y fue sacado de Palacio en paños menores, con gran y comprensible escándalo para la sociedad de la época. Lo ocurrido lo vi en un documento de la colección de Lucas Alamán que daba testimonio del cambio forzado de virrey en 1808, justificado por “razones de utilidad y conveniencia”. Se trata del texto Habitantes de México de todas clases y condiciones… El que suscribía, Francisco Ximenes, daba aviso a la población de que el nuevo mandatario sería el mariscal de campo Pedro de Garibay, “un jefe acreditado y [conocido por su] probidad”, tanto como por su octagenaria edad: Garibay habría de ser un títere ideal para el grupo de peninsulares que había derrocado al virrey Iturrigaray (ídem).

Eso me hizo preguntar, ¿qué papel juega el vestido en la sociedad? ¿Por qué importa la manera en la que se viste uno? En las sociedades preindustriales como la novohispana, la manufactura textil fue la actividad más importante después de la agricultura. Querétaro, Guadalajara y México eran los grandes centros de lana y algodón en la época. En ese entonces la moda más difundida era la francesa: tanto el estilo barroco como el neoclásico tenían muchos adeptos.

Un vestido no es sólo un bien de consumo final: es un producto cultural e históricamente determinado. Conviene entonces revisar qué papel económico y cultural jugó y juega la vestimenta, y qué carga humillante puede traer consigo. ¿Resulta ahora igual de humillante mostrar los paños menores? ¿Qué hace que ciertas prendas hagan ver a alguien distinguido o ridículo? En busca de respuestas fui a la Zona Rosa y a la Condesa, barrios de la ciudad conocidos por la diversidad de personas que por ellos deambulan, y por los numerosos estilos y modos de vestir que se pueden ver en sus calles una tarde cualquiera.

En la Zona Rosa, me dirigí a entrevistar a Mitzy, un famoso diseñador mexicano con 35 años de experiencia, conocido por haber creado vestidos para actrices y cantantes como Thalía, Niurka, Rocío Durcal, Verónica Castro, Rocío Banquells y un largo etcétera. Diseña vestidos para “estrellas”, quinceañeras y novias. Para Mitzy el vestido importa porque refleja la personalidad de quien lo lleva. Cree que las prendas dan distinción si la personalidad de su modelo es distinguida: todo está en la actitud de quien viste sus diseños. Si la persona es sexy lo será sin importar lo que se ponga. Hoy en día la moda en México tiene influencias de varios países: los diseñadores innovan considerando lo que ocurrió días antes en Milán o en París. Mitzy considera que las mexicanas tienen buen gusto al vestirse. A pesar de que diseña vestidos bastante atrevidos, para él es de mal gusto enseñar la ropa interior: a su juicio, es antiestético que muchos chicos y chicas usen pantalones que se cuelguen y muestren sus prendas íntimas. Mitzy pudo imaginarse perfectamente el escándalo que en la época debió ocurrir con Iturrigaray, y afirmó tajante que no hay político mexicano que se vista bien.

Después fui a la Condesa, con un sastre de toda la vida, el señor Enrique Pérez Velázquez. El señor Pérez tiene 50 años en este trabajo, aprendió el oficio en Tlaxcala y atiende en un local cerca del Parque México. Para el señor Pérez la ropa importa porque “como te ven te tratan”. Piensa que uno se viste como lo demanda su profesión. El señor Enrique me contó que antes diseñaba más trajes a la medida para caballeros; ahora la mayor parte de sus actividades consiste en remiendos y composturas de prendas masculinas y femeninas de todo tipo. Parte del cambio que ha habido en la industria del vestido implica que haya menos operarios disponibles: eso implica que hoy en día un traje a la medida es un producto artesanal. En cierto modo, el señor Enrique estaba más dispuesto que Mitzy a aceptar que la moda y los tiempos cambian: hay una evolución en la moda y en el vestido que hace que lo que antes no se aceptaba, ahora sea popular. Del mismo modo, la moda masculina no cambia: los hombres siempre usarán sacos, chalecos, pantalones, camisas. En cambio, la evolución en las modas femeninas es impresionante. El estilo mexicano de vestir es muy bueno, si bien los europeos se visten sin intentar combinaciones atrevidas o de mal gusto. Para el señor Pérez lo que le pasó a Iturrigaray pudo ser muy humillante, si bien ahora no necesariamente sería un escándalo: ahora a los políticos les pasan cosas peores.

Así pues, lo que le ocurrió a Iturrigaray es muy relevante en términos históricos, políticos, y simbólicos. La demostración de poder fáctico de los comerciantes españoles agrupados en torno a Gabriel de Yermo, con la tácita anuencia de la Iglesia y agrupaciones como el Consulado de Comerciantes, sentó un precedente institucional negativo: no hubo castigo para los que en efecto perpetraron lo que fue un golpe de estado. ¿Cuántos pronunciamientos y levantamientos en contra del gobierno constituido tuvo que enfrentar el naciente Estado mexicano en el siglo XIX? No solamente el comerciante más poderoso de la época y sus partidarios consiguieron deponer al virrey: al sacarlo del palacio virreinal en paños menores pusieron en ridículo su persona y más aún, su autoridad como representante directo del rey español en tierras americanas. La agresión en contra del virrey y del Ayuntamiento, ambos hasta cierto punto favorables a los intereses políticos de los criollos, habría de minar la legitimidad del gobierno español en lo que años después terminaría siendo México, ya cuestionada desde la consolidación de vales reales en 1805, que descapitalizó la economía en perjuicio de los pequeños mineros y comerciantes criollos. Así pues, no resulta extraño que en otras ciudades de Nueva España como Valladolid (hoy Morelia) en 1809 y Querétaro en 1810, grupos de criollos acomodados y con todo por ganar, conspiraran en contra de un sistema político (el virreinato) que consideraban naturalmente injusto.

martes, 1 de abril de 2008

Panes de Colombia

Bogotá de Hoy, Colombia de Siempre.

El domingo los expedicionarios viajaron de Caracas a Bogotá tras una breve escala en el aeropuerto de Lima, en Perú. Cansados y hambrientos, no dejaron de asombrarse del nivel de desarrollo de la ciudad, de lo limpias de sus calles, del razonado y razonable sistema de transporte público promovido por la alcaldía local. Equipo y expedicionarios se instalaron en un hotel en el céntrico barrio de La Candelaria, que desde el principio resultó lo mismo real que mágico. Tras una buena comida compuesta por una gran variedad de pastas, se dispusieron a trazar el plan de ataque.

Colombia habría de desbordarlos a todos. Bogotá es una urbe que grita en voz alta todos los días, clamando una identidad que le es sistemáticamente negada por la imagen que del país se conoce en el exterior. Sus habitantes tienen una vida verdaderamente envidiable. La polarizada distribución del ingreso en la Ciudad de México no es tan visible en Bogotá. Como toda economía de mercado, Colombia tiene ricos y pobres. Con todo, la brecha no es tan grande: la política pública ha compensado en gran medida el crecimiento de la desigualdad inherente al desempeño económico.

Es casi un hecho de que Expedición 1808 se ha sentido en Bogotá como en casa. El frío no ha sido un problema para nadie. Descifrar el Transmilenio, modelo a seguir del chilango Metrobús, ha resultado un reto más difícil de vencer, pero preguntando se llega a Roma, y más cuando los colombianos son tan amables y hablan ese español de cadencia y acento adorable. Además, en Bogotá siempre puede caminarse mucho y bien.

El lunes la Expedición visitó la Plaza Bolívar, rodeada por la Catedral, el impresionante Senado de la República (que en estilo y solemnidad no le pide nada al Parlamento alemán), el soberbio Palacio de Nariño (la casa del Presidente Uribe) y el Observatorio Astronómico Nacional. Por la noche todo mundo fue libre para explorar a sus anchas el barrio de la Candelaria, que hasta altas horas de la noche es transitado por jóvenes universitarios. Porque hay que decirlo, Bogotá concentra a la mitad de los estudiantes universitarios que hay en Colombia. Las arepas con queso rociadas de generosos tragos de cerveza Club Colombia son lo mejor para matar el hambre.

El martes pude perderme por la ciudad. Recorrí el centro por la Carrera (avenida) 7, hasta llegar al Museo Nacional. La visita fue estupenda: la curaduría, fantástica; la didáctica de las exposiciones, muy clara y objetiva. El pasado de Colombia no es todo producción de plátano, rosas o drogas: la Nueva Granada fue el virreinato español que más oro acuñó. Como en México, la accidentada orografía constituyó un obstáculo a vencer para integrar un mercado nacional. Tal problema sólo habría de ser resuelto en la segunda mitad del siglo XIX con el tendido de los ferrocarriles.

También visité el barrio financiero: los rascacielos que recortan el paisaje perfilan una urbe que está en pleno auge, a juzgar por los tantos que apenas se están construyendo. Por la tarde, y merced a la amable recomendación del Dr. Carlos Marichal, investigador en el Colmex, pude platicar con Jorge Orlando Melo, afamado historiador y director de la Biblioteca Luis Arango durante 1994 y 2005, la cual pertenece al Banco de la República de Colombia y es una de las principales instituciones culturales del país: destáquese simplemente el hecho de que alberga la colección de pinturas donada por Fernando Botero a la nación colombiana.

Jorge Orlando Melo es especialista en historiografía y en política cultural, y se ha desempeñado también como funcionario público en Medellín durante los años noventa, una ciudad que en aquel entonces era coto de caza de narcotraficantes de la talla de Pablo Escobar. De manera amena y acompañados de una humeante taza de café, me explicó que en buena medida la escritura de lo que acontecía en este país ha pasado cíclicamente del ligero optimismo al pesimismo declarado. A pesar de que la manifiesta preferencia del electorado tiende a la derecha del espectro político, los intelectuales colombianos se han colocado en el centro: rechazan la revolución social como la planteada por el socialismo real, haciendo más bien hincapié en la defensa de los derechos humanos individuales y sociales. Los colombianos no son “nacionalistas” en el buen sentido del término. La administración Uribe ha procurado reivindicar lo colombiano para redefinir al país y alejarlo de la asociación directa con la producción y el tráfico de drogas. Con Jorge Orlando Melo supe que en general, no ha habido trabajos recientes de historia que lancen nuevas hipótesis de estudio sobre los procesos de independencia en la Nueva Granada.

El miércoles visité la plaza de mercado Paloquemao, algo muy similar a cualquier mercado grande de la Ciudad de México. Compré y conocí algunos de los productos colombianos que a diferencia del banano sólo se consiguen en Colombia. Mi favorito es el lulo, una especie de cítrico del cual se hace un jugo de sabor inigualable. El ajiaco es un caldo de pollo con alcaparras, crema y aguacate que conquista paladares lo mismo que el café que comercializa la cadena Juan Valdez, una empresa con responsabilidad social, puesto que compra su producto a los pequeños cafetaleros a buenos precios, en locales que nada le piden al formato de Starbucks.

Asimismo, me entrevisté con el Dr. Salomón Kalmanovitz, decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y presidente de la Asociación Colombiana de Historia Económica. El Dr. Kalmanovitz enfatizó que tampoco desde la historia económica se ha escrito mucho sobre los antecedentes, las consecuencias y los procesos económicos en la época de la guerra por la independencia colombiana. Por la tarde subí con Ariette el teleférico de la ciudad. Como Caracas, Bogotá azora al ojo y abisma al viajero que no se espera el tamaño de urbe que efectivamente tiene ante sí. El santuario de Montserrate es un lugar estupendo para divertir el ojo con el paisaje citadino. Por la tarde varios de los expedicionarios visitamos el Museo Botero y la Colección Numismática del Banco de la República. La obra de Botero me gusta y mucho: los humanos deformados en volumen -que no gordos- que retrata son lúdicos lo mismo que sobrios. Me agrada que sea un artista consistente con su obra. A una cuadra apenas está el Centro Cultural Gabriel García Márquez del Fondo de Cultura Económica de México, inaugurado apenas hace quince días. La arquitectura del edificio es estupenda y realmente invita lo mismo a burócratas que a oficinistas y estudiantes a detenerse y tomar un buen café en compañía del diario, de un libro o de una sabrosa plática.

Hoy puedo decir que Bogotá no me deja indiferente. Hay algo en esta ciudad que me atrae y me incita a regresar. La gente, las costumbres, el ritmo de vida, el orden (a mi juicio, casi increíble), la limpieza, la equidad en el acceso a los bienes públicos, lo mucho que nos hermana a mexicanos y colombianos, son ofertas inigualables para un ciudadano de la globalidad. Lo mismo rascacielos que ciudad colonial, Bogotá es con todo derecho una metrópoli del mundo.

martes, 18 de marzo de 2008

Caracas, entre los contrastes y la incertidumbre

Venezuela ha resultado una revelación inesperada. Algo flota en el ambiente venezolano que asombra al viajero desvelado y recién desempacado en el aeropuerto de La Guaira, a escasos veinticinco kilómetros de Caracas. Ya desde el aeropuerto el “socialismo bolivariano” (o como Hugo Chávez ha dado en llamar a su ideario político) asoma la cabeza y comparte espacio publicitario con comerciales de celulares en senda pantalla LG. Rápidas autopistas y el bajo precio de la gasolina (inferior incluso al del agua embotellada) resultan en desenfrenados bólidos que corren a grandes velocidades; sin embargo, todo acaba (e inicia) en Caracas.

La polarización política, económica y cultural de Venezuela se expresa inequívocamente en su capital. Urbe que ha crecido a lo alto, Caracas reposa apaciblemente en un valle más bien pequeño. Cuatro millones de personas hacen su vida en la capital venezolana. Caracas es paradigma de la ausencia de planeación urbana en América Latina. La historia económica reciente de Latinoamérica puede leerse en los edificios caraqueños: el aumento en las divisas provenientes de la exportación del petróleo coincidió con el boom inmobiliario durante los años setenta. Pero muchos de los edificios construidos en ese entonces nunca fueron completados: su término lo impidieron la crisis de la deuda y la recesión de los años ochenta. Sorprende la cantidad de torres elevadas de departamentos y oficinas lo mismo que pregoneros que repiten “Buenos días, Venezuela” mientras intentan vender café de termos que cargan obstinadamente a pesar de que los comerciantes ambulantes fueron desalojados del Centro Histórico hace apenas algunos meses.

Los edificios grises contrastan con el alegre colorido de los edificios céntricos de época y con la multivariada composición étnica de los venezolanos.
La Plaza Bolívar es colorida en su gente y en sus jardines: el negro bromea con el mulato y la chica de facciones europeas camina de la mano con un joven que producto de tantos mestizajes merece llamarse simplemente americano. El sabor de las arepas, la parrilla de solomo de res, el sandwich de pernil de puerco, la chicha de arroz y la cerveza Polar apenas distraen la atención de lo enrarecido del ambiente. En Venezuela ocurre algo tan complejo que abruma: la administración Chávez.
La opinión pública ya no deja lugar a dudas: o se ama o se odia a Chávez. No hay lugar para posiciones intermedias. La gente discute en las calles lo que hace o deja de hacer su presidente. Abundan en las calles caraqueños vestidos de rojo, con el emblema de la República Bolivariana de Venezuela, esa que de nombre apenas comenzó a existir con Chávez y con el lema “¡Patria, socialismo o muerte!”. Que si Chávez esto, que si Chávez lo otro, nos disparan a cada rato el taxista, el chofer de la camioneta que nos transporta a las locaciones, la mucama, los chicos de Ávila TV (la televisora para jóvenes socialistas) que conocimos insospechadamente en un restaurante en la noche, las personas que hacen cola para subir al único elevador funcional de tres disponibles en su edificio habitacional en Parque Central, el soldado que vigila las inmediaciones del Ayuntamiento de Caracas. Y el rostro de Bolívar es ya omnipresente, lo mismo en las monedas que en rojos afiches revolucionarios y en pintas en las paredes.

Sea cual sea la preferencia política de los ciudadanos, todos coinciden en algo: la economía no marcha ni es tan fuerte como anuncia el gobierno. Los controles de precios y la reforma monetaria delatan la existencia de un problema de inflación creciente. Cuando por política se fija un precio menor al costo de producción de un bien, sea éste el azúcar, los huevos, la leche, la carne de cerdo, etcétera, provoca un problema de escasez: no resulta rentable para un productor producir y vender a un precio que le provoca pérdidas. La reforma monetaria ha quitado tres ceros al bolívar y ahora los precios se expresan en un bolívar fuerte, de manera similar a lo que ocurrió en 1993 con el peso y el nuevo peso mexicanos. Ambas medidas no logran calmar el coraje y la desesperanza del pueblo venezolano: es difícil ahorrar cuando el costo de la vida sube todos los meses y en proporciones cada vez más grandes. Hasta cierto punto se atribuye la caída en la popularidad del presidente Chávez a la elevación en el costo de la vida y a la escasez recurrente de productos básicos.

Los chavistas adjudican a los grandes monopolios (en su retórica, la élite antirrevolucionaria) la responsabilidad del problema inflacionario. Lo que ignoran es que la inflación venezolana es todo menos una decisión empresarial: la escasez es producto de los controles de precios y de la inercia que resulta de las expectativas de la sociedad sobre la inflación. Los ciudadanos no son tontos: hasta cierto punto adivinan que la eliminación de los tres ceros en los nuevos bolívares fuertes intentan ocultar el aumento que ha experimentado el nivel de precios en la economía venezolana.

En Venezuela visité una fábrica de azúcar. El azúcar era el producto de exportación más importante en Venezuela en la época de las guerras de independencia. Esclavos negros trabajaban en las haciendas de azúcar (conocidas como trapiches). Como una de muchas familias criollas, los Bolívar tuvieron una hacienda en San Mateo, a cien kilómetros de Caracas. Ahí pude recorrer las distintos partes del procesamiento del azúcar, desde la molienda de la caña, la purificación del jugo de caña hasta la refinación final del azúcar.

El problema del crecimiento a largo plazo resulta del desarrollo hasta cierto punto conjunto de varios sectores económicos y de sus interrelaciones o encadenamientos, como postuló Albert Hirschman, gran conocedor de la realidad latinoamericana en el siglo XX. En cierto modo, el desarrollo económico venezolano sigue dependiendo de los recursos naturales: el azúcar entonces, el petróleo ahora. Cabe plantear la pregunta: ¿hasta qué punto es bueno que un país se desarrolle con base en la producción o explotación de un recurso natural descuidando otros sectores y volviéndose vulnerable ante factores externos como la demanda o el precio del bien que vende al resto del mundo? Es imposible resolver esta pregunta con lo poco que he podido estudiar el caso venezolano: con todo, dejo planteado el debate para retomarlo en ocasiones posteriores, porque es mi hipótesis que la senda subótpima del desarrollo latinoamericano debe a la explotación de recursos naturales una de sus grandes trabas.

En la fábrica pude platicar con Alexis Cortez, el coordinador de procesos de la fábrica. Setenta por ciento de la caña que ingresa al proceso es cortada automáticamente, el resto es caña cortada a mano. La oferta venezolana de azúcar no alcanza a cubrir su demanda nacional: los principales competidores son Colombia y Brasil. Las dos oportunidades del sector están en el crecimiento de la producción de refrescos a nivel internacional y el desarrollo chino, factores ambos que podrían incentivar el aumento de la producción azucarera del país. Con todo, la empresa tiene problemas fuertes debido al control de precios y a la consiguiente reducción en su margen de rentabilidad, lo cual limita aún más su capacidad para invertir y renovar su tecnología.

Tal vez el principal problema que resulta de la errática gestión económica del gobierno de Chávez sea la incertidumbre que ha generado entre las familias y las empresas. Nadie toma decisiones de consumo e inversión sin calcular los costos y las alternativas. Para decidir si invierte, toda empresa tiene que considerar el costo resultante de las decisiones arbitrarias de política económica. Ante repetidas violaciones a los derechos de propiedad, la volatilidad cambiaria y los controles financieros, las empresas en Venezuela no son capaces de aprovechar sus oportunidades. Venezuela está minando su crecimiento a largo plazo, y aunque por el momento está creciendo rápidamente, enfrentará tarde que temprano un serio ajuste macroeconómico que bien podría causar la caída definitiva del régimen de Chávez.

lunes, 3 de marzo de 2008

Economista: Manuel Bautista


Soy Manuel A. Bautista González, tengo 23 años y estudio el décimo semestre de la Licenciatura en Economía en la UNAM. Soy un virgo workahólico; fan de las noches de cervezas, cafés, vodkas y martinis; proustiano, eriboniano y neoinstitucionalista; chilango psicoanalizado y aceptado; de verbo momentáneo y atractivo físico incierto; liberal urbano y moderado; decimonónico y posmoderno; pequeñoburgués contrarrevolucionario y socialdemócrata; electrónico, jazzista y barroco; cultisureño, zonarrosero y Condechi a discreción. Hablo inglés, alemán y francés. He sido asistente de investigación con el Dr. Enrique Dussel Peters (UNAM), la Dra. Graciela Márquez (COLMEX) y con el Dr. Antonio Ibarra (UNAM). Trabajé como coordinador de inscripciones en el Tercer Congreso de la AMHE (Cuernavaca, 29 a 31 de octubre de 2007), evento que contó con más de 300 participantes.

Mis áreas de especialización son la economía matemática, la teoría macroeconómica moderna, el neoinstitucionalismo y la historia económica de México y América Latina. En mi tesis, “Control de la oferta monetaria metálica, redes mercantiles y escasez de dinero de baja denominación en San Luis Potosí, 1827-1872″, estudio las consecuencias macroeconómicas derivadas de la fragmentación monetaria que vivió el país buena parte del siglo XIX, el control de las redes mercantiles sobre la oferta monetaria metálica, la escasez de circulante de baja denominación y el desarrollo de la teoría, las instituciones y las prácticas monetarias del periodo. Entre mis pasatiempos, me gusta viajar, leer biografías, ensayos y novelas históricas y de ciencia ficción, escribir crónicas y blogs, escuchar música, pasear por la Ciudad, ir al cine, a museos y exposiciones de arte y departir con los amigos. Pretendo trabajar como académico e investigador en temas de historia económica y desarrollo económico.