jueves, 1 de mayo de 2008

De la Humillación, la Moda y el Vestido en la Ciudad de México.

Ciudad de México

Después de casi mes y medio viajando sin parar por las capitales de Sudamérica y España, volver a la Ciudad de México ha sido reconfortante. El retorno a los seres queridos no pudo ser mejor. Y definitivamente las cosas se ven distintas después de tomarle el pulso a las ciudades que hemos visitado y de aprehender las historias que hemos conocido.

En México fui al edificio de la SEP en Santo Domingo, la antigua Aduana de la Ciudad de México. En ese edificio interactuaban los comerciantes del a Ciudad de México y las autoridades fiscales del virreinato. La arquitectura del edificio es sobria pero imponente: la imponente escalera da una idea de la importancia del comercio y de los impuestos a la circulación de los bienes en esa sociedad. Los comerciantes eran un gremio muy poderoso: un grupo de interés dispuesto a jugar estratégicamente en defensa de sus privilegios.

En 1808, y ante la invasión napoleónica a España y la captura de Carlos IV y Fernando VII, el virrey Iturrigaray se mostró dispuesto a escuchar las diversas posturas de distintos actores políticos, entre los que se encontraban los miembros del Ayuntamiento favorables a la autonomía de gobierno, como Primo de Verdad. Ante la amenaza que representaba la posible separación de España, Gabriel de Yermo, el comerciante más acaudalado de la época, orquestó un motín en contra del virreinato. El golpe fue tramado con la anuencia de la Iglesia y los peninsulares avecindados en México. El virrey fue apresado a altas horas de la noche y fue sacado de Palacio en paños menores, con gran y comprensible escándalo para la sociedad de la época. Lo ocurrido lo vi en un documento de la colección de Lucas Alamán que daba testimonio del cambio forzado de virrey en 1808, justificado por “razones de utilidad y conveniencia”. Se trata del texto Habitantes de México de todas clases y condiciones… El que suscribía, Francisco Ximenes, daba aviso a la población de que el nuevo mandatario sería el mariscal de campo Pedro de Garibay, “un jefe acreditado y [conocido por su] probidad”, tanto como por su octagenaria edad: Garibay habría de ser un títere ideal para el grupo de peninsulares que había derrocado al virrey Iturrigaray (ídem).

Eso me hizo preguntar, ¿qué papel juega el vestido en la sociedad? ¿Por qué importa la manera en la que se viste uno? En las sociedades preindustriales como la novohispana, la manufactura textil fue la actividad más importante después de la agricultura. Querétaro, Guadalajara y México eran los grandes centros de lana y algodón en la época. En ese entonces la moda más difundida era la francesa: tanto el estilo barroco como el neoclásico tenían muchos adeptos.

Un vestido no es sólo un bien de consumo final: es un producto cultural e históricamente determinado. Conviene entonces revisar qué papel económico y cultural jugó y juega la vestimenta, y qué carga humillante puede traer consigo. ¿Resulta ahora igual de humillante mostrar los paños menores? ¿Qué hace que ciertas prendas hagan ver a alguien distinguido o ridículo? En busca de respuestas fui a la Zona Rosa y a la Condesa, barrios de la ciudad conocidos por la diversidad de personas que por ellos deambulan, y por los numerosos estilos y modos de vestir que se pueden ver en sus calles una tarde cualquiera.

En la Zona Rosa, me dirigí a entrevistar a Mitzy, un famoso diseñador mexicano con 35 años de experiencia, conocido por haber creado vestidos para actrices y cantantes como Thalía, Niurka, Rocío Durcal, Verónica Castro, Rocío Banquells y un largo etcétera. Diseña vestidos para “estrellas”, quinceañeras y novias. Para Mitzy el vestido importa porque refleja la personalidad de quien lo lleva. Cree que las prendas dan distinción si la personalidad de su modelo es distinguida: todo está en la actitud de quien viste sus diseños. Si la persona es sexy lo será sin importar lo que se ponga. Hoy en día la moda en México tiene influencias de varios países: los diseñadores innovan considerando lo que ocurrió días antes en Milán o en París. Mitzy considera que las mexicanas tienen buen gusto al vestirse. A pesar de que diseña vestidos bastante atrevidos, para él es de mal gusto enseñar la ropa interior: a su juicio, es antiestético que muchos chicos y chicas usen pantalones que se cuelguen y muestren sus prendas íntimas. Mitzy pudo imaginarse perfectamente el escándalo que en la época debió ocurrir con Iturrigaray, y afirmó tajante que no hay político mexicano que se vista bien.

Después fui a la Condesa, con un sastre de toda la vida, el señor Enrique Pérez Velázquez. El señor Pérez tiene 50 años en este trabajo, aprendió el oficio en Tlaxcala y atiende en un local cerca del Parque México. Para el señor Pérez la ropa importa porque “como te ven te tratan”. Piensa que uno se viste como lo demanda su profesión. El señor Enrique me contó que antes diseñaba más trajes a la medida para caballeros; ahora la mayor parte de sus actividades consiste en remiendos y composturas de prendas masculinas y femeninas de todo tipo. Parte del cambio que ha habido en la industria del vestido implica que haya menos operarios disponibles: eso implica que hoy en día un traje a la medida es un producto artesanal. En cierto modo, el señor Enrique estaba más dispuesto que Mitzy a aceptar que la moda y los tiempos cambian: hay una evolución en la moda y en el vestido que hace que lo que antes no se aceptaba, ahora sea popular. Del mismo modo, la moda masculina no cambia: los hombres siempre usarán sacos, chalecos, pantalones, camisas. En cambio, la evolución en las modas femeninas es impresionante. El estilo mexicano de vestir es muy bueno, si bien los europeos se visten sin intentar combinaciones atrevidas o de mal gusto. Para el señor Pérez lo que le pasó a Iturrigaray pudo ser muy humillante, si bien ahora no necesariamente sería un escándalo: ahora a los políticos les pasan cosas peores.

Así pues, lo que le ocurrió a Iturrigaray es muy relevante en términos históricos, políticos, y simbólicos. La demostración de poder fáctico de los comerciantes españoles agrupados en torno a Gabriel de Yermo, con la tácita anuencia de la Iglesia y agrupaciones como el Consulado de Comerciantes, sentó un precedente institucional negativo: no hubo castigo para los que en efecto perpetraron lo que fue un golpe de estado. ¿Cuántos pronunciamientos y levantamientos en contra del gobierno constituido tuvo que enfrentar el naciente Estado mexicano en el siglo XIX? No solamente el comerciante más poderoso de la época y sus partidarios consiguieron deponer al virrey: al sacarlo del palacio virreinal en paños menores pusieron en ridículo su persona y más aún, su autoridad como representante directo del rey español en tierras americanas. La agresión en contra del virrey y del Ayuntamiento, ambos hasta cierto punto favorables a los intereses políticos de los criollos, habría de minar la legitimidad del gobierno español en lo que años después terminaría siendo México, ya cuestionada desde la consolidación de vales reales en 1805, que descapitalizó la economía en perjuicio de los pequeños mineros y comerciantes criollos. Así pues, no resulta extraño que en otras ciudades de Nueva España como Valladolid (hoy Morelia) en 1809 y Querétaro en 1810, grupos de criollos acomodados y con todo por ganar, conspiraran en contra de un sistema político (el virreinato) que consideraban naturalmente injusto.

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