miércoles, 7 de mayo de 2008

En la Mitad del Mundo: Quito

Quito, Ecuador

El último día que estuvimos en Bogotá visité la librería del Fondo de Cultura Económica. Este lugar forma parte del Centro Cultural ”Gabriel García Márquez”, recientemente inaugurado, y se ubica a escasos pasos de la Plaza Bolívar, en el céntrico barrio de La Candelaria. Me sorprende lo mucho que México exporta en términos culturales a los países iberoamericanos: los libros mexicanos resuenan tanto como las telenovelas, el fútbol o la música ranchera.

Bogotá nos despidió lluviosa y sorprendente, como siempre. Tengo pensado regresar a la ciudad a vivir un tiempo. La antigua y nueva Santa Fe de Bogotá resultó un regalo para todos. Aún así, llegó el tiempo de partir a Quito, la capital de Ecuador, uno de los tres estados que conformaron alguna vez la Gran (y bolivariana) Colombia.

En el aeropuerto de Quito la eficiente producción local nos sorprendió con la noticia de que un cortometraje de Alonso Ruizpalacios, el realizador de la serie, había ganado el primer premio en el Festival de Cine de Guadalajara. Para celebrar fuimos a cenar al Azúcar, un animado restaurante en la plaza Foch. La vida nocturna de Quito no puede ser más animada: los jóvenes inundan las calles del barrio de La Mariscala para ganarle alegremente tiempo a la noche. Y a la vida.

El segundo día visité el centro histórico de la ciudad, el primer sitio declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Quito es con justicia el ”Relicario de América”. Sus iglesias coloniales recortan un cielo que cambia de lluvioso a despejado n número de veces al día. Y siempre.

La Plaza Grande concentra varios poderes fácticos: el Ejecutivo nacional, el municipal, el religioso y el comercial; tienen todos presencia en ella. Se encontraba abarrotada en su totalidad de gente sentada, leyendo el periódico, lustrando sus zapatos, perdiendo (o ganando) el tiempo. Y cuando la lluvia no ganabala partida, los edificios brillan todos con un halo especial. En Quito como en todo Ecuador, los rayos del sol caen perpendicularmente sobre la tierra.

Al centro de la Plaza Grande se encuentra un afrancesado monumento que muestra un ave exótica hiriendo de gravedad a un león y rompiendo las cadenas que la ataban a él. Omnipresente símbolo de España en el Nuevo Mundo.

A la Catedral de Quito se accede desde una entrada lateral de factura inusual para los edificios de culto en Iberoamérica. En el sótano del Palacio Presidencial, en donde despacha y habita Rafael Correa, encontré algo insospechado: negocios. Una barbería y tiendas de ropa y recuerdos compartían cimientos con la solemne fachada del Palacio Presidencial. El antiguo Palacio Arzobispal es, restauración mediante, una concurrida plaza comercial. Y el moderno ayuntamiento de Quito reúne las más de las veces a grupos de ciudadanos que, movilizados, protestan y exigen solución a sus demandas.

Me atrevo a decir que la iglesia de San Francisco sorprende más que la misma Catedral de Quito. De construcción anterior, la iglesia está construida en un terreno que por su elevación permite ver la traza colonial de toda la ciudad. La factura de los retablos barrocos en ésta y en otras iglesias quiteñas es estupenda.

En los rostros de la gente puede leerse que la población indígena fue y sigue siendo más numerosa, comparada con la composición étnica de Colombia o Venezuela.

La calle de La Ronda es con mucho el pasaje que más conserva la atmósfera colonial de Quito. Con gusto comprobé que no era una calle meramente turística: varios estudiantes voluntarios se encargaban de divertir a niños y niñas con juegos de todo tipo.

Un día fui al teleférico. Aunque Quito ya es una ciudad alta, el teleférico deja a los pasajeros a 4,100 metros de altura. A modo de comparación, el Monte Fuji en Japón tiene una altura 3,776 m. La orografía ecuatoriana podrá significar costos de transporte elevados y dificultades para la integración de mercados, pero el paisaje es francamente insuperable. Nada pudo sorprender más a los ojos de un chico citadino que el relieve ecuatoriano. Humboldt llamó con justicia alguna vez a las montañas de Ecuador ”la avenida de los Volcanes”: lo escarpado de las cumbres y la blancura de sus nieves perpetuas fascinan a todos los viajeros. Poco faltó para que me granizara encima, y desde la seguridad de la estación Cruz Loma Alta para visitantes degustando una taza de café contemplé como el cielo se cerró y, tras la lluvia, se despejó lo suficiente para iluminar la ciudad a mis pies. La noche de ese mismo día salí con Alfredo, Lorena y Alejandra a tomar unas copas a Plaza Foch. Nos divertimos bastante.

El primer día de grabación, en la Plaza Grande, Alejandra y Alfredo tuvieron la idea de hacer ejercicios de estiramiento. Muchas personas, entre curiosas y decididas, se nos unieron. Fue un momento bastante divertido. El mismo día tuvo lugar la ceremonia del cambio de guardia presidencial. Me sorprendió lo solemne del evento y la cantidad de gente que se congregó para verlo.

La cocina quiteña es muy condimentada. Coincidió que era semana santa, y que probamos la fanesca, una sopa tradicional preparada con doce cereales y bacalao. La tarde refrescó y nos dispusimos a grabar mi segmento.

Como economista me resultó en extremo interesante ver cómo funcionaba una economía dolarizada. Tras una década turbulenta en lo político y en lo económico, en 1999 Ecuador sufrió una severa crisis financiera y productiva. A lo largo de los años noventa, el público en Ecuador vio como el poder adquisitivo del sucre se desvanecía, y comenzó a aumentar sus tenencias de saldos monetarios en divisas. Este proceso alimentaba las expectativas cambiarias que jugaron siempre en contra del sucre. La variación anual del tipo de cambio nominal sucre/dólar alcanzó 195% en 1999; la tasa de interés interbancaria (el instrumento hasta entonces elegido por el Banco Central del Ecuador para luchar contra la inflación) fue de 152% a finales del mismo año.

La magnitud de los desequilibrios económicos, la desconfianza de los agentes económicos en las autoridades económicas yla posibilidad de serios disturbios sociales, motivó que el 9 de enero de 2000 el gobierno ecuatoriano, en la persona del excéntrico Dr. Jamil Mahuad, decidiera adoptar al dólar como moneda de curso legal. Así, Ecuador se unió a El Salvador y Panamá como países latinoamericanos con economías dolarizadas. Al día siguiente, las autoridades monetarias anunciaron que el tipo de cambio sucre/dólar al que se ajustarían las tenencias de dinero sería de 25 mil a uno. Posteriormente, el Congreso Nacional le prohibió al Banco realizar nuevas emisiones de moneda nacional no fraccionaria y le exigió serios reacomodos en sus instrumentos de política monetaria (tasas de interés, operaciones de liquidez y encaje).

Los sucres fueron retirados de la circulación y desde el segundo trimestre de 2001 solamente los dólares tienen poder liberatorio en el territorio ecuatoriano. La solución a la crisis económica resultó muy cara en términos económicos, institucionales y culturales. Económicamente, el banco central renunció a la soberanía de su política monetaria y a su función como prestamista de última instancia, en la medida en que no determina el número de dólares en circulación en Ecuador y en que no puede inyectar ”liquidez” en el caso de una corrida bancaria de grandes proporciones. Institucionalmente, y a pesar de contar con grandes poderes discrecionales, tanto el Ejecutivo como el banco central fueron totalmente incapaces de resolver, o cuando menos, paliar la crisis financiera, mermando así los niveles de credibilidad y reputación que resultan tan necesarios para la eficacia de la política económica. Culturalmente, un gran sector de la población se mostró renuente a aceptar al dólar como reemplazo del sucre, la moneda que llevaba el apellido y el rostro del gran mariscal y libertador ecuatoriano, Antonio José de Sucre. Para que las autoridades que hayan decidido renunciar al sucre, los costos de no adoptar la dolarización (o en otras palabras, de seguir defendiendo al sucre de ataques especulativos y corridas cambiarias en su contra), debieron haber sido mucho más elevados que los costos asociados a dolarizar. Eso da una idea de cuán grave llegó a ser la situación en aquél convulsionado 1999.

Tras la tormenta llegó (muy lenta) la calma. Ya lo afirmaban Cabezas et al. (2001, numeral IV): ”Ha sido difícil convencer que se descarte la no utilización del sucre. Esta idea se encuentra no solamente en la población rural, sino en la de algunos sectores urbanos. Cuesta desarraigar de la población a una moneda que significa, sobre todo, sentimiento y actualiza una parte importante de la historia del país. Este es un asunto que necesita, más que razones de índole económica, despertar el fervor cívico en otras acciones y hechos de tradición nacional, a fin de tratar en lo posible de reemplazar al histórico nombre del máximo héroe que diariamente se mencionaba y se encontraba en las manos de los ecuatorianos”.

Así pues, me pregunté como economista, si para los ecuatorianos valdría la pena recuperar al sucre como moneda nacional. Si bien tal posición podría resultar insostenible para mis colegas, les pediría un poco de calma antes de vociferar en mi contra. Si el mundo tuviera una sola moneda (por ejemplo, el dólar), evidentemente no habría tipos de cambio ni posibilidades de derivar rentas por mantener una política monetaria autónoma. Sin embargo, y como existen varias monedas nacionales, hay tipos de cambio y ganancias potenciales resultantes de decisiones en materia de política monetaria (piénsese cuando menos en la deseable facultad del banco central como prestamista de última instancia, esgrimida recientemente por Minsky y la escuela poskeynesiana). Es aquí donde mi argumento encuentra su sustento económico.
En términos culturales, la moneda funciona como un elemento común para dar identidad a los habitantes de una nación. La moneda sólo puede entenderse histórica y geográficamente: es un producto cultural, y cuanto más el sucre, que existía en Ecuador como moneda nacional desde 1884. En ese sentido, ¿qué identidad ecuatoriana puede reflejar el dólar americano?

Pero primero tenía que rasurarme la barba de unos cuantos días. Antes de la Independencia, en una época anterior a las libertades y derechos políticos, los aún súbditos de la Corona española tenían que conspirar en contra del régimen establecido en espacios relativamente públicos. ¿La razón? Cuanto más abierto fuera el espacio en el que se reunieran los elementos subversivos menos sospechas acarrearían en su contra. Recuérdese que entonces la sociedad estaba regida por las omnipresentes autoridades virreinales y religiosas: la posibilidad de ser denunciado equivalía a penas corporales, el exilio o la muerte. En los cafés y barberías del mismo edificio de la entonces Audiencia General, hoy el Palacio Presidencial, se trazaban con sumo cuidado los planes de los conspiradores que terminarían construyendo la actual República de Ecuador.

Acudí pues a la barbería ”Amazonas”, abajo del mismo Palacio Presidencial. Ahí conocí a su dueño, don Alfredo Salazar: un simpático barbero con años de experiencia cortando el cabello y la barba de sus parroquianos y de los presidentes de Ecuador, sus arrendadores. Me enseñó incluso algunos impactos de balas ocultos tras imágenes varias en su colorida barbería: un espacio de socialización y discusión como pocos. Ahí puse a prueba una idea: ¿estarían los ecuatorianos dispuestos a pedir la restitución del sucre como moneda nacional? El barbero me dijo que no, puesto que no le convenía tomar partido político (la Presidencia de la República le arrienda el local en el que despacha buenamente a sus clientes). Un maestro ahí presente me dijo que sí, porque le parecía que era necesario rescatar la importancia del sucre como moneda verdaderamente ecuatoriana.

Satisfecho, salí a la calle. Lo que encontré, lo verán en el programa de televisión. Sólo puedo adelantar que el espíritu de la rebelión no ha abandonado la Plaza Grande.

Me quedo con algunos instantes más. El primero, acompañé a Lorena y Alfredo a grabar su segmento en el cerro del Panecillo.

Ahí visité el monumento a la virgen María a la que está consagrada Quito, el más grande del mundo hecho en aluminio: la representación es inusual en tanto es la virgen del Apocalipsis. Más tarde, el mismo día, fuimos a grabar a la Mitad del Mundo, un complejo turístico con un monolito que conmemora la existencia de la línea del Ecuador. En el sitio me embargó una sensación rara: si tuviera que elegir un solo hemisferio, ¿cuál sería? México está en el hemisferio norte; muchos de mis referentes culturales favoritos también. Sin embargo, la Expedición 1808 ha cambiado muchas de mis ideas preconcebidas: la respuesta ya no resulta tan obvia. Di gracias a la vida por no tener que enfrentar la elección de qué mitad mocharle al mundo.

El último gran recuerdo de Quito fue la visita a la Basílica del Voto Nacional con Alejandra, Alberto y Alfredo. Tras un penoso incidente en el sistema de transporte público una señora mayor se había desmayado y los empleados poco o nada hicieron por ayudarla- caminamos un rato por el centro hacia la Basílica. Subimos a sus torres. Hacía mucho viento. El templo, de estilo neogótico, no está plenamente terminado, pero las gárgolas en forma de animales propios de las islas Galápagos son inolvidables. Eso, y la vista del Quito colonial. Podría haber prescindido del aire frío y del vértigo que me invadió al subir unas endebles escaleras. O tal vez no. Ese es el tipo de cosas por las cuales uno recuerda los viajes.
Quito no pudo sorprenderme más. Y así, sorprendido, dejé Ecuador en sendo vuelo de Avianca, con destino a Lima. Nos esperaba Bolivia. Haríamos escala en Santa Cruz por algunas horas, antes de abordar al día siguiente el avión que nos llevaría a Sucre, la ciudad blanca.

Bibliografía
Cabezas, Maritza, Marcelo Egüez, Francisco Hidalgo y Sandra Pazmiño (2001) La dolarización en el Ecuador, Un año después. Marzo 2001. Quito: Banco Central del Ecuador.

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